viernes, 16 de mayo de 2008

ENFERMEDAD

Cuatro disparos acabaron con la vida de Anna Politkovskaya el 8 de octubre de 2006. Símbolo de la resistencia rusa, la periodista murió por su trabajo, por su enfermedad. No me refiero a las consecuencias de su envenenamiento ni a la ansiedad provocada por siete años de amenazas constantes. Hablo de la enfermedad de la conciencia, ese germen que destroza la vida de ciertas personas que observan el mundo con especial lucidez y que anhelan lograr algún cambio con su labor.

Su dolencia la ha convertido en un referente del periodismo mundial. Sus reportajes sobre Chechenia y la vida en Rusia en la era Putin nos han mostrado un país totalmente distinto al que nos ofrece la versión oficial difundida por los medios cómplices al Régimen, es decir, la mayoría de los medios rusos y de los occidentales, que procuran no demonizar la figura del ex agente del KGB. Y lo ha hecho sacando a la arena a sus protagonistas. El periodismo de Politkovskaya combina la obsesión por el dato con la humanidad y la cercanía. Ésta es la verdadera fórmula para remover conciencias, atacar a la emoción con el hecho, no con la sensiblería ni el morbo. Y lo que nos muestra Anna es un país también enfermo, pero de un mal distinto, el desprecio por la vida humana.

Las verdades sobre Rusia no son fáciles de digerir, por ello, en “La Rusia de Putin”, su último libro, Politkovskaya realiza guiños constantes al lector extranjero para que abra su mente y pueda comprender al pueblo ruso y la enfermedad que lo consume. Lo primero que nos sorprende es el apoyo masivo de los ciudadanos a un Estado que no representa en ningún caso el papel de protector. Un buen ejemplo es el asalto al teatro Dubrovka. El 23 de octubre de 2002 un grupo de 41 terroristas chechenos ocuparon el teatro moscovita en plena representación del musical Nord-Ost. Su amenaza era volar el teatro si el Kremlin no ponía fin a la campaña militar en Chechenia. Durante 57 horas, mil rehenes aguardaron la respuesta de su Gobierno que se tradujo en el asalto del teatro por las fuerzas de seguridad. El resultado fue la muerte de los 41 terroristas y la de 129 personas que fueron envenenadas por un gas utilizado por las fuerzas de seguridad y del que, a día de hoy, no se ha revelado su naturaleza. Cuatro rehenes murieron por disparos de los terroristas, pero hubo un quinto muerto por herida de bala. Era Yaroslav Fadeiev, tenía quince años. En el informe oficial que recibió su madre la causa de la muerte aparece en blanco.

Un ciudadano de un país libre y en teoría democrático no podría entender la actuación del Gobierno y menos aún las reacciones posteriores. Ese ciudadano pediría responsabilidades, pero ese ciudadano no vive en Rusia. Siglos de tradición absolutista y 74 años de dictadura comunista han creado una sociedad que no es consciente de sus derechos. Aunque poco a poco la sociedad civil se va gestando y las voces insurgentes cobran fuerza. Un primer paso son las demandas de las víctimas del Dubrovka, ex rehenes y familiares, que comenzaron en noviembre de 2002. En enero de 2003 las compensaciones en efectivo habían alcanzado los sesenta millones de dólares. Lo que querían saber es por qué habían muerto sus familiares y cómo les iba a afectar a largo plazo la inhalación del gas. Algo imposible ya que el FSB clasificó como secretos todos los documentos relacionados. A partir de ahí, la administración se propuso aplastar las demandas con todo el aparato mediático del que disponían, presentando a los demandantes como culpables acusándolos de querer aprovecharse de las arcas del Estado, la parte agraviada. Y funcionó. La mayor parte de la opinión pública rusa estaba a favor del Gobierno y aprobaba su actuación. Un 82% de los rusos, según datos del TSIOM, apoyó la liberación del teatro y un 65% aprobó el empleo del gas. “Los intereses de la sociedad están por encima de los intereses personales”.

La resolución de las demandas de las “víctimas del Nord-Ost” es otro síntoma de la enfermedad rusa. El sometimiento del poder judicial al ejecutivo. Esta realidad ha derivado en una nueva palabra, pozvonochnost, que consiste en la adopción por un juez de un determinado veredicto tras recibir una llamada telefónica de parte de algún funcionario de la rama ejecutiva. Marina Gorvachova, una “jueza telefónica”, fue la encargada de rechazar las tres primeras demandas del Dubrovka basándose en una interpretación de la ley federal relativa a la lucha antiterrorista. La jueza estableció que el Estado no tenía obligación alguna de compensar a las víctimas de acciones terroristas por las pérdidas que éstas le ocasionen. No sólo no hubo compensación económica sino que durante todo el proceso les acompañaron los insultos, las humillaciones y la indiferencia de sus compatriotas.

Anna Politkovskaya formó parte del grupo que negoció con los terroristas, ellos fueron quienes la solicitaron. Un acto de increíble valentía de una mujer normal. Una periodista que consiguió agua y zumo para los rehenes y que se castigaba pensando en qué más podría haber hecho y no hizo. Síntomas del mal de la buena conciencia.

El verdadero cáncer de Rusia es la sucesión de guerras en Chechenia. Un conflicto de más de 10 años de duración que lejos de solucionarse cada vez lleva a una mayor radicalización. Y no habrá solución hasta que Putin o su sucesor no abandonen esta política de represión que lo único que favorece es el ascenso de la violencia y el rencor. La mayoría de la bibliografía de Politkovskaya trata sobre Chechenia y sobre las atrocidades cometidas durante los 10 años de guerras. En una de sus últimas entrevistas habló sobre la necesidad del diálogo para la resolución del conflicto:

“Lo que tiene que ofrecer Rusia a los chechenos es una conversación de igual a igual, como personas, no como marginados. En estos momentos los chechenos viven en su país como en un campo de concentración y no hay ninguna esperanza de que dejen de luchar para salir de esa situación.”

Para que se llegue a la negociación tendrían que cambiar muchas cosas en Rusia y, aún así, el proceso de desmilitarización del territorio checheno sería muy lento, pero posible. Una de las condiciones sin la cual negociar la paz sería imposible es la reforma radical del Ejército Federal ruso y la depuración de todos los criminales de guerra que han salido impunes de sus atrocidades ante los tribunales durante los años de conflicto. Esta situación sólo contribuye a marginar más al colectivo checheno y a fomentar el odio hacia los ciudadanos rusos. Aunque es difícil imaginar este tipo de actuación en la Rusia de hoy, tal y como nos la describe Politkovskaya. Al igual que es difícil imaginar la reconstrucción de un territorio checheno completamente destruido, plagado de bandas criminales y que vive bajo la represión del gobierno títere de turno. Es difícil creer que Rusia establecerá unas condiciones igualitarias en la negociación o que la imagen del checheno en el resto del país pueda cambiar de “sucio terrorista” a “ciudadano ruso”. Siempre es difícil poder imaginar un cambio cuando el odio, la ambición y el poder han destrozado un país, una sociedad y una identidad. Enfermedades comunes en otros lugares del globo.

Y contagiosas. Males que Occidente no tolera perceptiblemente en su territorio, parecen invisibles cuando se trata de Rusia. Politkovskaya acusó en reiteradas ocasiones de sangrienta complicidad a los miembros del G8 y demás países occidentales que han limitado su papel al de espectador argumentando pobres excusas. La mejor, sin duda, es que Rusia tiene derecho a luchar contra el terrorismo. Una vez más, la estela del 11S justifica cualquier actuación. Y este argumento se ha intensificado tras la tragedia de Beslán, entre el 1 y 3 de septiembre de 2004. El secuestro de un colegio por un grupo de terroristas chechenos se ha convertido en el 11S ruso, incluso se ha vinculado a al-Qaeda. Un suceso que legitima la política absurda y generalizada de la lucha contra el terrorismo a la vez que pone en evidencia todas las taras de este régimen. El “después” de Beslán, Politkovskaya lo describe así:

“En la vida real, el pueblo y el se alejan uno de otro irremisiblemente. (…) La basura se extiende y solidifica por todos lados. Y con ella llega el invierno político. Los niveles de congelación que emanan desde arriba son cada vez mayores. Y no se atisban signos de deshielo. El país que ya fue domesticado con rotundo éxito por las mentiras sobre el teatro Dubrovka, no exige una investigación judicial sobre Beslán. Y en ese sentido, es posible afirmar que, después de haber permitido Dubrovka somos nosotros mismos quienes hemos hecho posible que ocurra lo mismo con Beslán”


Con su lucha, Politkovskaya no se ha limitado a poner en evidencia toda la sintomatología de Rusia, sino que ha querido movilizar a su pueblo para impedir que su país se dirija a una era neosoviética. En muchos casos lo ha conseguido. Sin embargo, no es fácil encontrar cura para la enfermedad del conformismo.

“Y, entretanto, vosotros seguís con lo mismo, que si al-Qaeda por aquí, al-Qaeda por allá…Maldita jerigonza que os permite descargar la responsabilidad por tantas tragedias sangrientas. (…) No puede uno imaginarse cantinela más primitiva para adormecer la conciencia de una sociedad que no hay nada que desee más que hundirse en el sueño”.

Politkovskaya, como tantos periodistas aquejados del mal de la conciencia, son la única voz de millones de excluidos en el mundo. Muchos batallan en países como Rusia donde la libertad de expresión es un espejismo, y donde su dolencia no sólo supone enfrentarse cada día a la crueldad del mundo, sino que es un riesgo para sus vidas. Otros luchan en mejores condiciones pero se enfrentan a otros demonios. Todos ellos suponen el mejor tratamiento para los abusos de poder y la falta de libertad.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

hola....probando!