domingo, 22 de junio de 2008

CRÓNICA PROFANA

Un conflicto de clases me convierte en espectadora solitaria en un concierto. La ocasión no merecía abandonar el juego por prejuicios, así que, armada de valor, decido disfrutar con otra mirada. Entro en la Sala con el espectáculo empezado. Morente ya está en el escenario acompañado de su familia artística. En un principio, busco un agujero donde meterme y, encuentro el lugar perfecto. Acuclillada en una barandilla veo todo el escenario. Me permite una visión completa del lugar y del ambiente, pero la acústica de la Riviera no acompaña. La voz del cantaor me llama. No puedo quedarme quieta esperando a que llegue. Tengo que ir yo hacia él. Tímidamente, bajo las escaleras, pido una cerveza, y comienzo a buscar el punto exacto en el que las vibraciones sustituyan a mi propio ritmo.

La soledad y mi tamaño reducido me permiten ir avanzando lentamente hasta las primeras filas. Durante el proceso, un hombre mayor me confiesa su inseguridad. Le tranquilizo. He visto a mucha gente de su edad, seguidores del Morente puro, y con ganas de que les rompan los esquemas. Forman parte de una masa de treintañeros “alternativos”, muchos invitados y algunos reyes de negro. Según voy avanzando posiciones percibo un crecimiento del entusiasmo gradual, y me contagia. Escuchamos a Morente, acompañado de los sonidos tradicionales, interpretando temas de su Picasso y los más puros del Omega.

Mi llegada a primera línea coincide con la aparición del batería en el escenario. Comienza la hipnosis. La imagen de los dos bailaores jugando con la percusión y la luz me paraliza. Llegan las guitarras eléctricas y el rock oscuro de Lagartija Nick, y me fundo con mis compañeros espontáneos. El preludio de Omega arranca la euforia en la platea y la emoción en Morente que, con los primeros acordes, cierra los ojos y señala en su rostro la inmersión en esta atmósfera mágica. Y llega el Aleluya de Leonard Cohen, y los versos de Lorca en Manhattan y Ciudad sin sueño. Y mientras mi cabeza sigue la guitarra eléctrica y las palmas compulsivamente no pienso, sólo saboreo este trance fugaz.

Morente nos despide con un Pequeño vals vienés, pero queremos más. Escucho el bis en la barandilla original que me regala la última imagen de esta experiencia. Cientos de manos entregadas a un hombre y un grupo que han creado un sonido único, maravilloso.

1 comentarios:

Hector Mancha dijo...

seguro que mereció la pena estar allí,que le den a los prejuicios sociales¡¡¡¡ un beso