viernes, 3 de abril de 2009

Funambulista

Posé el pie sobre el fino hilo de seda. Un salto, dos, y comencé a caminar. Una puntilla tras otra, despacio, brazos arriba, sin mirar al suelo, sin parar. Varios pasos después, ya confiada, miré hacia abajo y vi cómo otro hilo de seda se cruzaba con el que sostenía mi camino. Un pequeño brinco, y ¡hop!, inicio un nuevo viaje. Y así seguí, mientras los hilos se enlazaban, se superponían, yo iba de uno a otro, cambiando cada vez más deprisa, sorprendida de que nunca llegara la caída. Hasta que un día, al agachar la mirada, una red flexible y delicada apareció bajo mis pies. Ya no tuve que danzar más. Los hilos, acogedores, me mecieron, y detuvieron el salto final.

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