Quiero ser chica cosmopolitan. Quiero ser mujer independiente, con éxito profesional, ajetreada vida social y un cabello perfecto. Quiero jugar con los hombres y saber dominar la situación. Hacer el test de ¿Hasta qué punto está loco por ti? Que el resultado sea un 100% y pasar a otro. Cuando cumpla los 30 quiero desear estar con un hombre atento, buen amante, que le gusten los niños y comunicativo. Quiero anhelar ser madre, formar una familia, un monovolumen, una casa acogedora en las afueras y un perro. Que mis niños sean brillantes en la escuela, con todas las necesidades afectivas cubiertas, simpáticos, sociales y alegres. Que hablen inglés, sepan kárate, encaje de bolillos y posean una facultad innata para el liderazgo. Quiero que mis preocupaciones empiecen y terminen en si tengo la piel lo suficientemente exfoliada, si mi fondo de armario se adecua a la nueva temporada,o si la decoración de mi casa responde a la doctrina feng shui. Quiero una vida perfecta. No, quiero desear una vida perfecta. Superficial, frívola y placentera.
¿Pero a quién engaño? He tenido un mal inicio de partida. Tendría que someterme a una lobotomía o empezar a coquetear con las píldoras de la felicidad
Mi vida no es perfecta, yo tampoco lo soy. No me parezco ni de lejos a los modelos de mujer que se suponen responden a los cánones del siglo XXI. Todavía no sé si estoy adelantada, retrasada o habito en un universo paralelo. Mi estado físico no me quita el sueño, mi vestuario aún menos. No quiero un hombre perfecto, ni siquiera un hombre. Bendita soledad buscada y defendida. No quiero niños y, si algún día cometo esa irresponsabilidad, no quiero una piara de monstruitos perfectos e inmersos en esta sociedad de consumo. Es probable que mis pobres hijos sean unos excluidos sociales, raritos como lo fue su madre y, no se engañen, con mil traumas como los suyos. No quiero un gran coche, ni una casa de anuncio, ni una alimentación equilibrada ni ir al gimnasio dos veces en semana. Quiero ser feliz como lo soy ahora, con las pequeñas cosas. Seguir disfrutando de hacer el camino, sin esperar demasiado de lo que me aguarda al final.
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