Cruzan el Estrecho en 15 minutos. Cada mañana, los chavales de la Cañada Real Galiana, sector Valdemingómez, salen de su pequeño Marruecos para coger el autobús que les lleva al colegio en Santa Eugenia, Rivas Vaciamadrid o Vallecas. Al llegar la tarde, el mismo transporte les dejará frente a la calle donde se asientan sus casas. Un poco más allá, está el pequeño oasis donde van a hacer sus deberes y a juntarse con sus vecinos. Es El Fanal, la antigua granja reconvertida en Centro Social.
A ambos lados de los escasos metros de calle segura, termina Marruecos y comienza la zona comercial donde los yonkis son esclavos de los mercaderes que proporcionan drogas a todos los estratos de la sociedad. No se mezclan con los vecinos, pero sus residuos pueden tropezarse con algún zapato. La pequeña Houda tuvo suerte “Todavía tenía el líquido naranja, no estaba infectada”. Quizás la experiencia le quitó el miedo para enfrentarse a los zombies. Cuando se acercan al Fanal la niña les amenaza con llamar a la policía.
El Fanal, 500 metros de calle, sus casas. Su universo, su celda.
Cada viernes, un grupo de gente nos acercamos a ese pequeño Marruecos de medio kilómetro cuadrado con la intención de sacar adelante el proyecto Bordergames. Y a medida que pasan las semanas, nuestro ánimo se va acercando al estado en el que se encuentra el trabajo. Punto muerto.
Nos enfrentamos a varias situaciones que, en su conjunto, nos deben decir algo.
A ambos lados de los escasos metros de calle segura, termina Marruecos y comienza la zona comercial donde los yonkis son esclavos de los mercaderes que proporcionan drogas a todos los estratos de la sociedad. No se mezclan con los vecinos, pero sus residuos pueden tropezarse con algún zapato. La pequeña Houda tuvo suerte “Todavía tenía el líquido naranja, no estaba infectada”. Quizás la experiencia le quitó el miedo para enfrentarse a los zombies. Cuando se acercan al Fanal la niña les amenaza con llamar a la policía.
El Fanal, 500 metros de calle, sus casas. Su universo, su celda.
Cada viernes, un grupo de gente nos acercamos a ese pequeño Marruecos de medio kilómetro cuadrado con la intención de sacar adelante el proyecto Bordergames. Y a medida que pasan las semanas, nuestro ánimo se va acercando al estado en el que se encuentra el trabajo. Punto muerto.
Nos enfrentamos a varias situaciones que, en su conjunto, nos deben decir algo.
Incoherencia
Educadoras sin formación a cargo de un grupo de chavales que viven en Marruecos y viajan diariamente a otro continente. Encerrados en un agujero olvidado por el sistema y enterrado por la basura de la ciudad. Ellas les ayudan con sus deberes, les dan cariño y les proporcionan juegos para divertirse y desconectar. Pero no les muestran lo que es la realidad fuera de allí. Consienten las rencillas mafiosas que se crean entre los líderes del grupo. Y participan: convencer al líder para que le siga el resto.
Desmovilización.
El espacio es pequeño, son pocos. Los adultos están organizados por clanes familiares sin base. No existe un movimiento común para luchar por sus derechos. Reina la desconfianza hacia el exterior.
¿Sentarse frente al ordenador o echar un partido de fútbol?
Frente a la cámara, los chicos hablan de los problemas de la Cañada sin tapujos. Reivindican sus casas, sus espacios, sus derechos. Pero siempre queda la duda de si son ellos mismos o están representando un papel para nosotros. Les gustan las fotos, los vídeos, contarnos historias. Pero no tienen ningún interés en reflejarse a través de un videojuego. ¿Pereza por el esfuerzo que conlleva o no quieren verse desde fuera?
D: “Joder chicos, para vosotros todo es una mierda. Las fotos son una mierda, el videojuego es una mierda…”
M: “Es que vivir en La Cañada es una mierda”.
1 comentarios:
Bueno bueno, no exajeremos...
jajaj
D.
www.tinpaterson.com
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